Guillermo Chávez Arroyo: un artista reconstruyendo el espinazo del cielo

El artista Guillermo Chávez Arroyo, una búsqueda estética permanente.

ENTREVISTA: Nivardo Vasni Córdova Salinas

FOTOS: Archivo personal de Guillermo Chávez Arroyo

En el artista plástico Guillermo Chávez Arroyo, nacido en Chiclayo (Lambayeque, Perú), confluyen la tradición milenaria del arte prehispánico del Perú y su búsqueda personal para plasmar un mundo imaginario donde el tiempo parece detenido, entre seres míticos y fábulas.

Pocas veces se puede apreciar el trabajo y las motivaciones de un creador que además de la pintura transita por la escultura, la música, la artesanía y la poesía, como si necesitara de todos los medios expresivos para dejar huella en el arte. Ahora que es uno de los artistas más destacados del Perú —y por qué no decirlo, del mundo—, sigue trabajando con la misma energía con la que empezó, mucho antes de la formación académica, en su niñez.

«Huachumas», Guillermo Chávez Arroyo.

LA PRIMERA INFANCIA

Al intentar hurgar en su mundo para encontrar las claves de su lenguaje estético, el artista evoca su infancia: «Tuve la suerte de tener una infancia muy productiva en cuanto a vivencias e imágenes. Mi padre es de una provincia de Guadalupe que se llama Pueblo Nuevo. Cuando nací, nos llevó a mi madre y a mí, pasé practicamente los tres primeros años de mi infancia allá, en Pueblo Nuevo. El campo, los sonidos, siempre han sido importantes, las primeras imágenes».

El paisaje de Pueblo Nuevo también está rodeado de una apacible campiña, poblado de huacas y zonas arqueológicas. «La primera infancia, la tierna edad de los tres años fueron allí. Después terminé yendo de una manera más consciente al pueblo, con recuerdos más certeros y para aprender de todo ese contexto».

De vuelta a Chiclayo, recuerda la influencia y el amor de su abuelo materno, don Hernán Arroyo. «Yo, antes de hablar, ya dibujaba. Era un niño al que le dabas un papel y se ponía a dibujar en el piso. El tiempo no pasaba para mí. Yo con tener un lápiz , un papel y una crayola, dibujaba todo lo que veía. Y mi abuelo tuvo esa delicadeza y esa visión de notarlo. Él iba al diario La Industria y compraba los rollos de papel sin imprimir, se daba el trabajo de cortarlos y me los entregaba. Siempre dibujaba en el suelo, echado. Él tenía la paciencia de recoger todos esos dibujos y ponerles nombre y fecha. Imagínate», recuerda emocionado.

— ¿Tu abuelo materno fue una persona muy importante en tu formacion humana y artística?

— Tal cual. Yo tuve mi primera exposición en la Casa de la Cultura de Chiclayo, si mal no recuerdo, a los siete años. Yo la tenía clara. Sabía que la pintura era una forma de expresión, una forma de vida. Nunca dudé de eso.

Guillermo Chávez Arroyo, durante su niñez. (Foto: Archivo personal del artista)

— ¿Qué dibujabas?

— Comencé a dibujar animales, personajes que ahora se han vuelto recurrentes, guerreros con armaduras, imagínate es increíble. Siempre me gustaron los guerreros medievales… Recuerdo que me regalaron unos juguetitos, unos muñequitos de plástico que eran guerreros medievales y siempre los atesoraba, los miraba. Es importante la alimentación del niño en cuanto a imágenes, lecturas, cuentos, relatos que en esa tierna edad influyen mucho. Me pasó una cosa muy interesante, muy anecdótica. Una vez me llevaron a Lambayeque a visitar un museo de historia natural, no sé si existirá todavía. Recuerdo que yo entré corriendo al museo, tendría 4 o 5 años. Y al abrirse la puerta había un puma disecado, pero a la altura de mis ojos. ¡Imaginate! Me encontré con un puma agazapado a punto de saltar. Y yo me quedé mirando: vi ojos, colmillos, garras y se quedó en mi cabeza todo eso. No me asusté, pero hasta ahora esos ojos, las garras y los colmillos siempre están allí, los he tenido guardados hasta la época de la escuela, y vuelven a salir después con la iconografía Chavín… Todo tiene una hilación que se vuelve muy certera en cuanto a mi estilo, como que ha habido un camino ya trazado que simplemente ha estado cubierto de polvo, para irlo descubriendo conforme caminaba…

El rapto de don Casimiro. El gallo brujo (obra en proceso), Guillermo Chávez Arroyo.

SANADORES Y CURANDEROS

Otra influencia decisiva en el artista es su abuelo paterno, don Ricardo Chávez.

— Mi abuelo paterno era un personaje mágico. Era un sanador. Era un doctor que restauraba santos. Y sobre el apellido Chávez, según lo que comentan mis primos, en realidad no sabemos si nos apellidamos así. A mi abuelo lo regalan en un cruce de caminos. El Dr. Chavez, quien se supone adoptó al niño que llegó a ser mi abuelo, era un doctor de Guadalupe, dicen que estaba en un cruce de caminos en su caballo y se le acercó una señora de la sierra con un bebito casi muriéndose… Y este señor le recibe a la criatura y se lo lleva a su casa. A la mujer nunca la volvieron a ver más. Ella quiso salvar a su hijo que estaba practicamente muerto y lo entregó para salvarlo. Y el doctor Chávez llega a salvar a la criatura. Ese doctor tenía dos o tres hijos, pero sus hijos naturales no se interesaron en la medicina tanto como el niño que recogió el doctor. Este niño iba con el doctor a todos lados, le fue enseñando sus recetas, sus formas de curar… Te estoy hablando de los años 1890 hasta 1910 ó 15. Mi padre me refiere que había peste bubónica, porque muchos inmigrantes chinos habían llegado a trabajar en la caña a Pueblo Nuevo, Chepén y Guadalupe. Y mi abuelo con su papá iba a curar a los chinos de la peste bubónica. Al fallecer el Dr. Chavez, mi abuelo don Ricardo Chávez fue creciendo y se hace doctor, y empezó a curar gente de manera increíble. Yo vi a un hombre que perdió los dedos con una palana y mi abuelo le pegó los dedos. Yo llegué a conocerlo cuando había muerto mi abuelo. Mi abuelo, además, era una persona muy especial, con un don particular. Aparte, le gustaba el arte y restauraba santos.

— ¿Alguna otra vivencia que marcó tu vida?

— Yo me quemé la mano cuando yo tenía cinco meses. Estaba en brazos de mi padre y entonces me cae un tacho de agua hirviendo en la mano derecha. Mi abuelo llegó llorando, agarró mi mano y la puso sobre un lienzo y empezó a separar mis dedos, porque se habían pegado… y me cuentan que mató un pichón, y puso plumas y telas de araña en mis manos… Y mientras lloraba, las lagrimas caían en mi mano. Es una historia muy bonita. No sé si habrá sido por ese accidente que me volví zurdo. No sé si por miedo de usar mi mano derecha en ese tiempo, usé la mano izquierda…

El proceso, óleo de Guillermo Chávez Arroyo.

DEL COLEGIO HACIA LA ESCUELA DE BELLAS ARTES DE TRUJILLO

— Guillermo, cuéntanos sobre tus estudios escolares…

— Yo estudié la primara en el colegio Cosome, en Chiclayo. Dibujaba de manera natural, por así decirlo, sin ninguna enseñanza, sin ninguna guía. Y después entro al Colegio San José, tremendo colegio. Pero allí las artes plásticas no estaban tan presentes; más enseñaban música… Hubo un paréntesis en cuanto a la producción artística. Sin embargo, yo dibujaba en mi casa por el mero placer de hacerlo.

— ¿Cómo decidiste iniciar tu formación académica en la Escuela Superior de Bellas Artes «Macedonio de la Torre» de Trujillo?

— La clásica historia de los muchachos en el Perú es que si tú dibujas bien, tienes que estudiar arquitectura. La idea de estudiar arte era considerada algo así como «jalada de los pelos». Postulé un par de veces, pero nada que ver. Pero yo, viendo una regla y un escalímetro, se me cerraba el cerecbro por así decirlo. Y me dije: «Voy a estudiar en Bellas Artes». Mis padres me preguntaron si quería ir a Lima o a Trujillo; yo nunca había ido a Lima. Le tenía miedo, mejor dicho le tengo miedo hasta ahora a Lima. Mi madre me dijo: «Te vas a Trujillo, nosotros te apoyamos; pero se acabó tu casa, vas a estar solo, en una pensión»… Llegué a Trujillo en los años noventa. Llego a la Escuela muy temeroso. Soy sincero. Tenía miedo. Era un muchacho que recién había salido. El primer profesor que me acoge fue el profesor Quintín Borda. Se me acercó, me conversó. Siento una figura paternal. Sentí que las cosas iban a estar bien… Me preguntó: «¿Qué es lo que haces?» Yo tenía mi folder con mis dibujos, se los mostré y le llamó la atención. El primer muchacho que conozco en la escuela fue Paco Calderón, el hijo de «El Tuno». Paco ya estaba en segundo o tercer año. Me acuerdo que había una higuera en la escuela. Yo me ponía a dibujar y Paco se acercó y empezamos a conversar y hubo una conexión casi inmediata y me habló de su padre, don Eduardo Calderón Palomino, «El Tuno». Me dijo: «Vamos a Las Delicias»… El Tuno fue un gran hombre, un gran maestro, a quien hasta ahora lo siento en cada pintura que hago. A otro gran amigo, Ignacio Alva Meneses, «Nacho», lo conocí cuando yo había egresado de la Escuela de Bellas Artes.

Guillermo Chávez egresó con «Medalla de oro» de la ESBAT, como el mejor de su promoción. Sin embargo él afirma: «En el arte no hay premios. El arte no es una competencia. El arte es una búsqueda personal donde el único que se premia es el artista al contemplar su pintura por un momento. Aunque ese goce dura poco, porque la búsqueda es permanente».

«Sphinx», técnica mixta sobre tabla, acrílico, sal, veladura de óleo. Por Guillermo Chávez Arroyo.

ARTE PREHISPÁNICO

— Hay una continuidad de más de diez mil años del arte peruano. ¿Cuál es la influencia del arte prehispánico en tu obra? ¿Crees que esas iconografías están grabadas en el inconsciente colectivo de la humanidad?

— Yo creo que son los arquetipos que siempre están presentes, es el miedo a la fiera suprema, al animal divinizado, al águila, al jaguar; siplemente se transforman o se camuflan en diferentes formas. Para una artista plástico, creo yo que es un poco más fácil reconocerlas. En mi caso, con la ayuda de Ignacio Alva Meneses, el gran Nacho, tuve un acercamiento a la arqueología muy profundo por parte de él. Una de mis pasiones es la arqueología, si no hubiera sido pintor o artista hubiera sido arqueólogo. En la huaca Ventarrón, en Lambayeque, he sido testigo de todo el proceso. Hemos estado con Nacho recorriendo los sitios antes de que empiecen las excavaciones. Una de las cosas más valiosas en el ser humano es su memoria, es su herencia. Si tú no tienes raíces no puedes crecer, simplemente eres un árbol clavado en la arena que se va a caer tarde o temprano. Una forma de manipularnos es cortarnos todo nexo con nuestro patrimonio cultural, con nuestro pasado tan grandioso que tenemos.

Nosotros estamos acostumbrados a tener una escuela académica occidental. Las escuelas de bellas artes trabajan con un canon griego, con unas proporciones, lo cual es válido. La academia siempre va a estar, pero acá tenemos una forma de ver el arte totalmente increíble. Como decía Eduardo Calderón Palomino, el famoso «Tuno», uno de mis maestros, de quien siempre reviso lo que escribió, la escuela te enseña la técnica, pero no vas a ser un artista estudiando solo la técnica. Él iba horas de horas a los museos de arqueología, a dibujar huacos, ver las formas, a entender esa iconografía tan preciosa que tenemos acá. Al final el arte es una sola cosa, el arte griego y el arte mochica pueden diferir en algunas cosas, pero al final es algo que emociona, que llega al espectador de una manera directa, sincera. Es una cosa muy hermosa.

— Se piensa que el arte cumplía otras funciones en la sociedad en la antigüedad. El creador, el artista, el artesano, era también un chamán…

— Sobre lo que estas citando, justo estoy leyendo a Joseph Campbell, «Las máscaras de Dios», donde afirma que la magia, el arte, la religión en los albores de la humanidad eran una sola cosa.

— Es cierto, por ejemplo el arte Chavín es deslumbrante…

— Precisamente en un libro de Szyszlo que estoy leyendo (y que escribe muy bien, tiene conceptos muy claros), dice que el arte Chavín es un arte limpio, un arte absoluto, que nadie se explica cómo tuvo tal nivel de perfección sin tener un precedente… Aparece Chavín con toda su iconografía exacta, tan bien pensada, tan bien distribuida, armónicamente y estéticamente, sin tener un precedente anterior. No hay nada antes de Chavín que indique un arte tan certero.

— ¿De dónde vinieron? ¿Cómo surgió el aprendizaje? Sorprende cómo los estilos se van repitiendo en cada valle, distante uno del otro…

— Eso es lo que converso con Nacho y siempre llegamos a una forma coloquial muy hermosa de decantar las ideas del arqueólogo y del artista. Pensamos cómo ha habido una representación tan certera de la iconografia en valles tan lejanos. Quizás había unos maestros que manejaban esta iconografía de una manera tan exacta o era una forma de escritura, o llevaban — como dice Nacho— la iconografía antes de ser esculpida en piedra estaba en telares. Si tú ves la Estela de Raimondi, es matemática perfecta. Y una forma de replicar la matemática es sobre un tejido, porque el tejido está hecho de tramas. Si tú quieres hacer la cuadrícula de una iconografia, por ejemplo, replicar un dios Chavín visto de frente, y que tiene el lado derecho igual al lado izquierdo, la única forma de replicarlo de manera tan precisa es a través de un tejido, de una trama. Es increíble. Voy a hacer un estudio para dilucidar ese misterio. La única matemática que existía, por así decirlo, es el tejido. Y quizás se calcaba desde un tejido el dibujo sobre la piedra.

— Si lo llevamos a la escala gigante de los diseños de la líneas de Nazca y Jumaná, el misterio es mayor. ¿Cómo podían hacer esos dibujos de gran proporción si no tenían las herramientas tecnológicas que hoy tenemos?

— Según los últimos estudios, podrían ser mapas del agua. Tú sabes que en un desierto lo más importante para una sociedad agrícola es el agua. Hay muchas teorias al respecto…

MOTIVACIONES, TEMAS Y TÉCNICAS

¿Cómo empieza y cómo termina el proceso creativo de un cuadro o una escultura? ¿Puedes describir tu proceso de creación?

— Hablar de un inicio o un final sería como marcar una entrada y una salida, cuando el laberinto creativo en el cual estamos inmersos los artistas es constante y siempre cambiante en sus vertientes y aristas.


— Entonces, ¿cuándo empieza el proceso de elaborar un cuadro o una escultura?

— En mi caso, es una condición sine qua non. La obra pictórica o la escultura es «la punta del iceberg» de todo un cúmulo de situaciones. Conocimiento. Desvarío. Psicopatías sublimes, podría decirse…

«La sublimación de las aguas», técnica mixta, por Guillermo Chávez Arroyo.

— ¿Y cómo vas «aterrizando», por así decirlo, en el «tema» de un determinado cuadro?
— Al principio es un caudal de ideas que poco a poco se van decantando o depurando en muchas ocasiones. Es como colar arena en un río buscando oro. La diferencia es que muchas veces terminas atesorando arena y no oro.

— ¿Podrías precisar esas «ideas», esas «motivaciones» que luego habitan deteminado cuadro o artefacto?
— Hay un leitmotiv, que es fruto de atesorar ciertos conocimientos…

— Oro, arena, sueños, recuerdos… Como vas ordenando todo eso. ¿Es espontáneo, como el surrealismo? ¿O es más consciente? ¿Tienes idea de cómo va a terminar un cuadro? Osea ¿haces un boceto o todo fluye?
— En mi caso lo precolombino es una de las fuentes. Pero no para replicar la iconografía, sino interpretarla.

— Sí, es evidente que lo prehispánico es una «inspiración».

—Dotarla de materia, esa es la palabra… De mortalidad, de humanidad. Mis personajes aman y observan. Cuentan historias silenciosas. Nunca boceteo. Me sujeta mucho los sueños…

— Veo que los títulos de tus cuadros son una puerta abierta a novelas o poemas visuales… De allí que los poemas que escribes son algo así como «cuadros textuales».
— Una pintura constantemente cambia en el proceso. Al menos en mi caso y eso es parte del disfrute. De no perder esa capacidad de sorpresa, de hilvanar una historia que al final siempre habla por sí misma. Todo eso se materializa en algo real concreto.

«Lunas de plata», por Guillermo Chávez Arroyo.

— ¿Cuáles son las técnicas y materiales que utilizas?
— Es un intento de captar esas sustancias etéreas… Yo vengo de una formación académica muy rigurosa, sobre todo en anatomía comparada…

— Se ve que hay una gran disciplina técnica, manejo de dibujo, línea, contraste, color, etc.

—Respeto mucho el buen dibujo, es la estructura principal de toda pintura. Las técnicas que empleo son producto de mucha experimentación. De intentos fallidos muchos y pocos aciertos.

— Claro, por ejemplo los poetas de vanguardia como Vallejo solo pudieron romper y desarmar el lenguaje porque conocían las formas clásicas. «Trilce» es una revolución… Y «Los heraldos negros» es un soneto rimado pleno de bellezas exóticas. Me imagino que tu proceso creativo es una lucha.
— Sí, casi siempre es un conflicto interno, donde hay una búsqueda perenne por encontrar el sonido en una pintura.

Además del dibujo y las referencias académicas: ¿Cómo logras esas texturas?. Tengo entendido que usas oxidos, tierras, veladuras… ¿Qué más hay?
— Siempre me llamó la atención la pátina del tiempo, el herrumbre, la pintura corroída, las barcas varadas en la playa…

— Parece que los cuadros son una metáfora del tiempo, del pasado, del envejecimiento
— Sí, exactamente. Es el transcurso, el tránsito hacia la consumación, es un oficio meticuloso.

— ¿Cuánto tiempo te toma lograr ese «efecto visual» que en realidad es tu lenguaje plástico?
— Una vez don Walter Alva al ver una pintura mía dijo que parecían los estratos y capas de un descubrimiento arqueológico.

Y eso en realidad no es un tiempo fijo (como el horario de las oficinas) sino que es persistencia.
— El tiempo se queda esperando afuera de mi taller, no tiene permiso para entrar.

— Es verdad, es la pátina del tiempo. El tiempo, ni los físicos han podido definirlo… pero solo se atreven a decir que podemos percibirlo en cómo cambian las cosas, las personas, los paisajes. ¿Podrías decir entonces que en tu pintura estan «todos los tiempos»?
— He juntado óxido de clavos antiguos para usarlo como pigmento. En mi pintura el tiempo se pausa, se vuelve un observador de la hecatombe que es ominosa e ineludible…

— Me parece que hay una identificación real con la alquimia de los antiguos. Osea cuando te autodefines como un alquimista, no solo es una delaración poética, sino que es real.
— Se podría decir que hay una búsqueda. Es una búsqueda de la memoria, del mismo proceso.

— ¿Y en los artefactos o esculturas?
— Como te decía, la obra es sólo una vertiente. Sucede lo mismo, incluso es más notorio porque ahí sí los materiales tienen una historia… Cada fragmento, cada madero ha tenido muchas vidas…

— Claro, porque se adhieren materias de diversas procedencias.
— Son restos de barcas, relojes antiguos. Está impregnada la sal del mar, la arena de la playa, piezas que encuentro en el camino de la calle Cuglievan y en la playa, los acantilados, los templos, los huesos…

«Los cazadores de nubes», por Guillermo Chávez Arroyo.

Miles de horas…»Los días y las horas son viajeros de la eternidad», decía el poeta japonés Matsuo Basho… Ya voy entendiendo que el arte para ti es una forma de reencontrarte con la historia, con la memoria y el incosciente colectivo de todas las épocas, con las religiones, con los cementerios y con los apus.
— Son arquetipos que yo sin darme cuenta siempre los tuve presentes.

— Creo que podrías construir una «huaca» a tu manera, y sería totalmente real. ¿Crees en la reencarnación? ¿Crees que esto viene de «otras vidas»?
— No me puse a pensar ni investigué ese tema. Pero sí, unos más que otros.

Los Krishna y las religiones védicas hablan de eso, de que el alma se va reencarnando.

— Hay una memoria colectiva que recordamos de manera más o menos lúcida.

— Tu pintura es memoria y vida. Los chamanes usan San Pedro y ayahuasca. Las sociedades modernas pienso que buscan la embriaguez para reconectarse con ese yo inconsciente.
— Tomé plantas sagradas para reafirmar algunas cosas.

— ¿Cómo fue esa experiencia?
— Muy potente, nada angelical.

— He leído que tras la ingesta de plantas sagradas como el San Pedro o ayahuasca, defecas, vomitas y luego viene un estado total de ensoñación., de abismos y pesadillas… y finalmente curación y lucidez…
— Sí, es como una depuración de tantas cosas que se quedan ahí.

— ¿Y pudiste ver tu vida pasada?
— Vi una secuencia de cosas hasta el futuro, más que todo.

— ¿Tuviste miedo?
— Siempre. Miedo y sobretodo respeto. El miedo es saludable. El pánico no.


—Y cuando hablas de capturar el tiempo, pienso que a lo mejor en ti habita un artista de millones de años… y que eres un viajero del tiempo.
— Creo que somos una especie de vectores.
— Ese arte fue caminando tan rápido y me asombra que el arte Chavín sea tan depurado. ¿Qué buscas con el arte? ¿Por qué pintas?
— Pinto porque vivo. Busco estar tranquilo un tiempo hasta que ese laberinto vuelve a invitarme.
— Se ve que eres una persona apacible, tranquila.
— Sí. La pintura me sosiega, me ralentiza, me baja la intensidad.
— Además eres padre de familia y vi que publicaste en Facebook una foto de tu hija pintando. ¿Qué te gustaria legarle a tu hijita? En el aspecto trascendental, me refiero
— Una sonrisa al recordarme…

Guilllermo Chávez Arroyo durante su proceso creativo.

Deja un comentario