Jesús Pizarro Tomé y sus recuerdos de Matazango y La Molina

Por Nivardo Córdova Salinas (*)

Jesús Pizarro Tomé: "La Fiesta de la Cruz, en el mes de mayo, es la fiesta más bonita que he visto en toda mi vida”.

Jesús Pizarro Tomé, es uno de los vecinos más antiguos de La Molina. Se crió y sigue viviendo en Matazango: «La Fiesta de la Cruz, en mayo, es la fiesta más bonita que he visto en toda mi vida”. (Foto extraída del libro: La Molina: 50 años disfrutando mi hogar, en el que participó el autor de este artículo)

La memoria de los antiguos habitantes del distrito de La Molina, da cuenta de nombres y lugares que hoy aparecen a nuestra vista con nuevos matices. El antiguo paisaje de La Molina –antes de ser distrito- estaba dominado por extensos y verdes cañaverales, florecientes sembríos de algodón y maíz, sembrados por cientos de trabajadores durante sus duras faenas en los campo surcados por vistos chalanes cabalgando sobre sus caballos de paso peruano que a la vez que el mejor caballo de silla del mundo es la herramienta más noble del trabajo agrícola.

Nombres de haciendas como Melgarejo, Granados, Mayorazgo, Monterrico Grande, y de sectores como Las Hormigas o Matazango todavía resuenan en el trazado de las actuales calles, avenidas principales y barrios del distrito, pero también en la memoria de antiguos trabajadores de estos predios.

Uno de aquellos personajes es don Jesús Pizarro Tomé, nacido en la Maternidad de Lima e hijo de padres que llegaron desde Mala y Huancayo a trabajar en la hacienda La Molina Vieja. “Mi padre, llegó el año de 1908 para trabajar como peón en la chacra y aquí nací yo, en la Maternidad de Lima. He vivido toda mi vida en La Molina”, señala.

Don Jesús, vive en Matazango, cerca de la avenida Separadora Industrial, una calle muy singular no sólo por lo angosta y serpenteante que es, sino porque es una reliquia urbana que nos queda de lo que fueron las antiguas rancherías de las haciendas, es decir el lugar donde vivieron los trabajadores de campo.

“Mi padre me enseño el trabajo agrícola. Sembrábamos caña de azúcar, algodón, maíz, y algunas pequeñas chacras con frutales. También había ganadería. La hacienda Melgarejo era ganadera; las haciendas Vásquez y Rinconada producían algodón, y Monterrico Grande caña de azúcar y chancaca. Los hacendados habían instalado una línea de tren, para transportar la cosecha en vagones hacia lo que hoy es la Av. La Molina. Eran otros tiempos”, afirma.

Uno de los recuerdos más vivos de su juventud es la Capilla de la Molina Vieja –“donde me casé”- y las procesiones de la Fiesta de la Cruz en el mes de mayo, “que es la fiesta más bonita que he visto en toda mi vida”. Cuenta que la antigua Cruz de camino –que era motivo de peregrinaciones y gran devoción estaba ubicada a la altura de San Jorge en la actual Av. La Molina.

Cruz de Camino de la antigua Hacienda Monterrico, en el actual distrito limeño de La Molina.

Cruz de Camino de la antigua Hacienda Monterrico, en el actual distrito limeño de La Molina.

Otra particularidad que recuerda es que los terrenos eran pantanosos. “Muchos animales se hundían en el barro y no había cómo sacarlos”. En cuanto a los platos típicos era infaltable el “frejol colado” popularizado por los que venían de Chincha y Cañete.
La mayoría de trabajadores venían por el sistema de “enganche” desde la sierra. Una vez instalados en la hacienda, el trabajo en el campo de cultivo era la actividad principal, para sembrar o cosechar. La “paña” de algodón (cosecha de este producto) era una de las más laboriosas.

Don Jesús recuerda que habían manantiales e incluso un arco de adobe que marcaba la entraba a la hacienda, donde se apreciaba un cartel con la hora de ingreso, a las seis de la mañana, y salida, a las seis de la tarde. El saludo característico para anunciarse en el portón era “Ave María Purísima” al que el interlocutor respondía “Sin pecado concebida”.

Sobre el manantial que menciona, hay una leyenda. “Dicen que una época no había agua y entonces un hacendado salió en su caballo a buscarla. Buscó y buscó pero nada; hasta que un día se le apareció el diablo con la promesa de que le daría toda el agua a cambio de su alma. El agua llegó y el hacendado se esfumó. En las noches se aparecía en su caballo blanco… Todos teníamos miedo de caminar solos en la noche por miedo a ver al jinete” cuenta don Jesús.

Otra de las fiestas de gran popularidad eran los carnavales, que en Matazango se celebraban a todo dar. “Venían bandas de músicos de todas las haciendas y hacían competencia. En el calor de la reunión los varones cogían ramas del árbol del membrillo y nos agarrábamos a membrillazos, pero sólo como un juego”.
En cuanto al nombre del sector actual de Matazango, señala que “sango” es palo. “Quiere decir `mata a sango´, o `mata a zangasos´, porque parece que a los esclavos negros que se escapaban de las haciendas sus amos los perseguían y los castigaban muy fuerte”, afirma.

Don Jesús Pizarro, a sus 82 años, es uno de los vecinos más antiguos. Su mensaje es de unión y fraternidad: “Anhelo que en La Molina podamos trabajar y vivir ricos y pobres de manera unida y en fraternidad, porque ante todo somos personas que debemos luchar para que nuestra comunidad sea mejor”.

(*) Este escrito de Nivardo Córdova Salinas fue incluido  en el libro La Molina: 50 años disfrutando mi hogar (Lima, 2012), con ocasión del cincuentenario de creación política de dicho distrito limeño. Las fotos han sido tomada de dicho libro.

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